Una oveja roja

Desde hace unos días, estoy leyendo un libro muy interesante: «Gramática de la fantasía», de Gianni Rodari. Pero mi intención en esta entrada no es realizar una crítica de este título, por otra parte excepcional. No, mi intención es bien distinta, reivindicar algo fundamental y que cada día necesitamos más: MuchaImaginación.

Gianni Rodari fue un escritor y pedagogo italiano que falleció en 1980. Aquí en España puede que sea más conocido por ser el autor de libros como «Cuentos para jugar» o «Cuentos por teléfono». «Gramática de la fantasía» es un libro publicado por Ediciones del Bronce y que recoge la redacción que el propio Rodari realizó de las notas que tomaron durante unas charlas que dio en Reggia Emilia, allá por 1972. Es un título que, extrañamente, se suele encontrar en las librerías en la sección dedicada a la educación y el magisterio. Digo extrañamente porque, al leerlo, uno se da perfecta cuenta de que es un libro básico en cualquier profesión (¿quién ha dicho que un ingeniero o un científico no debe tener imaginación?) y fundamental en la tarea de ser padre.

Gianni Rodari contando cuentos a los niños

Mientras viajaba por las páginas del libro me he dado cuenta de algo terrible. La mayoría de sistemas educativos, y en especial aquellos que yo sufrí, ya en la escuela, ya en la universidad, se basan en un principio terrible y cargado de mucha hipocresía: la imaginación es buena, sí, pero siempre y cuando esté dentro de unos límites, dentro de unos patrones marcados por la razón y la costumbre. Es decir, está bien que un arquitecto imagine un edificio, pero déjelo usted ahí, señor arquitecto. No se le ocurra plantear por qué las personas tienen que vivir en edificios, o si no sería mejor crear un nuevo hábitat totalmente distinto al acostumbrado.

Os pondré un ejemplo personal. En los años de escolarización previos a la Educación General Básica (para los que no sepan lo que es la E.G.B., ésta equivaldría a la actual Educación Primaria) dedicábamos nuestros días a ir cumpliendo las tareas que nos proponía un gordísimo libro de actividades obligatorio. Eso, claro, cuando no estábamos comiendo plastilina, jugando a indios y vaqueros, hurgándonos la nariz o dándonos de tortas. Un buen día, el dichoso libro nos ofrecía una enorme oveja de la que sólo se veían la cabeza y las patas, además del contorno. Nuestra tarea era rellenar ese contorno utilizando nuestra imaginación.

Y de eso no nos faltaba, claro: hubo quien trajo lana blanca o algodón para darle forma a la oveja. Otros la rellenaron con pequeñas bolitas de papel previamente redondeadas en lo que resultaba una tarea digna de una fábrica de zapatillas deportivas. Los más prácticos agarraron la pintura blanca y se dedicaron a pintar encima del papel…, blanco (éramos párvulos, tampoco puedes esperar gran cosa).

¿Y qué es lo que hice yo? Pues como se nos proponía rellenar a esa oveja cómo se nos ocurriera, y dado que pintarla de blanco sobre un papel blanco me parecía una completa estupidez, la pinté de rojo.

Tendríais que haber escuchado las palabras de mi profesora (señorita, la llamábamos entonces, hoy no sé si será políticamente correcto) cuando descubrió mi «obra de arte». Qué cómo se me había ocurrido eso, que si no sabía que las ovejas eran blancas, que si no había visto lo que estaban haciendo el resto de mis compañeros… Le repliqué que no hacía más que lo que me habían mandado: rellenar a la puñetera oveja usando mi imaginación. Y, como era de esperar…, me castigaron. No me extrañaría, incluso, que estuvieran a un tris de llamar al psicólogo. Una oveja roja, ¡dónde se ha visto! Si al menos la hubiera pintado negra…

Esto es tan sólo un ejemplo, pero seguro que a muchos de vosotros os ha pasado algo parecido. A lo largo de nuestra educación, se nos ha animado en numerosas ocasiones a explotar nuestra imaginación, pero siempre dentro de unos límites. Hasta que la desbordante imaginación da paso a algo mucho más racional y, principalmente, muchísimo más comercial: la creatividad. Y esto, en el mejor de los casos.

Así, a día de hoy, uno lee «Gramática de la fantasía» (o cualquiera de los libros de cuentos de Gianni Rodari, todos muy recomendables) y recuerda cómo todo era mucho mejor antes, cuando éramos niños, cuando todo era posible…, y las ovejas podían ser rojas.

3 comentarios en “Una oveja roja

  1. Me hubiese encantado conocer a la oveja roja…
    Sin imaginación no seríamos nada.

    • No hay problema, imagínatela. Y si no, pinta una caja con unos agujeros. La oveja roja está dentro
      ; D

  2. ana dominguez

    la oveja en la imaginación de un niño puede ser roja,rosa o amarilla si le place.
    la imaginación y los sueños de los niños es el mejor regalo que podemos disfrutar
    El problema viene cuando la sociedad tan reprimida en la que vivimos no lo sabe interpretar. No es un problema si no que solamente es una oveja y la imaginación de un niño.
    la profesora no puede jugar con los sentimientosde un chiquillo primero lo anima a que aflore su fantasía y luego lo reprende obligándole a arrepentirse de haberlo hecho(que hipocresía)

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